martes, 29 de septiembre de 2015

Presencia Significativa

Quiero compartir con todas(os) ustedes una experiencia muy agradable que hemos tenido aquí en nuestra comunidad de Mongu: la visita de un grupo de estudiantes de la Universidad de Monterrey, UDEM.
En el fin de semana último, ellos llegaron a Lusaka, la capital de Zambia. Sor Cecilia y yo fuimos a Lusaka a recibirlos y Sor Cristina que quedó en Mongu para darles la bienvenida más tarde.
El programa que se preparó para ellos incluía participar en nuestros ministerios y actividades diarias y llevarlos a conocer sitios de interés en Mongu y en las zonas cercanas como Limulunga, la Casa Real donde vive el Rey; a Senanga para admirar el Río Zambezi; a Makapaela, un lugar muy bonito donde hay un lago y otros lugares atractivos.
También participaron en otras actividades como la visita a la escuela de niños que pertenece a la Parroquia de Santa Ágata en la cual interactuaron con los niños; la escuela se encuentra muy cerca del lugar de donde se hospedaban. Todas las tardes participaban en la
Eucaristía en la Parroquia. La experiencia que tuvieron en este lugar ha  sido muy significativa en su vida. Nosotros disfrutamos tenerlos aquí y creemos que ellos también.
Le damos gracias a Dios por cada uno de las y los misioneros, por su presencia con nosotras y por la ayuda que nos brindaron. Ahora ellos llevarán a sus familias, a sus amigos y a su Universidad, buenas noticias sobre este lugar hermoso, lejano y único: Mongu, Provincia Occidental, Zambia, en ÁFRICA.
Muchísimas gracias, que Dios los bendiga a todos. NI TUMEZI AHULU, MULIMU A KUFUYAULA: S. Silvia, Paulina, María, Mariana, Andrea, Mafa, Rafa, Wicho e Iván.

Lea aquí todo el escrito de Sor Laura: http://bit.do/8yZy

50 años de Vida Misionera


Nativa de Lanesboro, Irlanda; nuestra hermana Rosaleen Harold se caracteriza por su incansable espíritu misionero. Su predilección por los más vulnerables la llevó a vivir 36 años en Perú y en la actualidad tras celebrar su Jubileo de Oro, responde alegremente al llamado de ir a Zambia, África.
En las líneas siguientes extraemos una publicación del Diario Irlandés ‘Longford Leader’ quien realizó esta nota a propósito de sus 50 años como Hermana de la Caridad del Verbo Encarnado.

Fue hace más de 50 años cuando Kathleen Harold, conocida como Rosaleen,  vio la parte continental de Irlanda desaparecer de su vista mientras ella y otros ocho candidatas comenzó el largo viaje desde Cobh a la Casa Madre en San Antonio, Texas. En ese momento, no tenía ni idea de si, o cuándo, volvería a tocar suelo irlandés. Pero ella estaba llena de un deseo de dedicar su vida a Dios en el servicio a los demás. ¿Cómo vivir esto? No tenía ni idea.
El llamado de Dios llega a las personas en cualquier momento de la vida, para Rosaleen llegó temprano. Su llamada fue "clara, total, espiritual, personal y amorosa", recuerda. "Yo sabía entonces, y ahora sé, que estaba siendo invitada a una vida de oración y servicio al pueblo de Dios. Estoy segura de que el ejemplo de mi madre y mi santa abuela, sin duda, influyó en mi decisión ".
Su viaje a lo largo de su vida religiosa ha ido desde Rathcline y Brianstown a París, Texas, San Luis; Pittsburgh; México y Perú. "He tenido el privilegio de haber trabajado como enfermera clínica y luego en la educación de enfermería en Texas", agrega. "Pero lo que ha sido más importante para mí, ha sido mi vida misionera en Perú, donde tuve el privilegio de trabajar en las comunidades campesinas”, comparte.
Rosaleen Harold ha viajado a través de skyways y en las carreteras; por carreteras secundarias pavimentadas y por agrestes montañas; apretujada en autobuses y coches; montó a caballo, en burro y manejó carros; llevó en camiones el ganado y a pie. A menudo, su trabajo a incluido visitar: a detenidos en comisarías y cárceles superpobladas; a enfermos en hospitales y chozas improvisadas de cartón y paja. A coordinado servicios sociales para los pobres e indigentes a través de comedores populares y pequeñas huertas; apoyaba a las mujeres campesinas en su lucha por sus derechos básicos y a desarrollar la fe en comunidades que se refleja en el servicio a los demás.

Muchísimas gracias querida hermana ‘Rossy’, como las Hermanas en Perú la llaman; gracias por tu constante testimonio y respuesta generosa ante el clamor de Dios en nuestros pueblos.

Una joven entre jóvenes

Por: Hna. Pilar Neira, CCVI
Yo tenía 13 años cuando hice mi Primera Comunión. Fue un 25 de febrero 1984: un día muy especial porque además ese día nació mi última hermana. Sin saberlo este acontecimiento marco mi vida. El domingo siguiente yo, como toda adolescente, fui a Misa muy temprano queriendo recibir a Jesús. Cuando llegué a la Capilla no había ninguna persona presente. Yo entré y me senté en la primera banca. Luego escuché una voz que me decía: “buenos días, jovencita”; yo respondí: “buenos días, Padre”, y él me dijo: “no te han enseñado que cuando se entra en el Templo, hay que saludar al dueño de casa, que es Jesús Eucaristía”.
Allí descubrí que yo no comprendía la presencia de Jesús Eucaristía y con mucha paciencia el Padre, me explicó. Al terminar la Misa me llevó delante del Sagrario, lo abrió y me mostró el lugar donde se guardaba la Comunión. Yo me sentí muy emocionada.
Al salir de la Capilla yo hice un compromiso con el Señor: que yo sería catequista de niños(as) para enseñarles que Jesús está presente y se queda con nosotras(os) en la Eucaristía.
Así conocí a las Hermanas de la Caridad del Verbo Encarnado en la Parroquia “San Francisco de Asís”, Chimbote. Para entonces, ya era catequista y pertenecía al Movimiento Juvenil donde nuestra asesora era la Hna. Teresa Conroy,CCVI.  La cercanía,la atención y la alegría de Tere, siempre me cuestionaron y ella me invitó a una jornada vocacional donde surgió la pregunta si yo deseaba ser misionera.
Cuando la Hna. Teresa me hizo la invitación yo tenía enamorado; estudiaba en la Universidad la especialidad de Administración y trabajaba para ayudar a mi familia después de la muerte repentina de mi papá. Para mi era imposible pensar en ser una religiosa por el contexto en que vivía, pero la invitación resonaba muy hondo en mi ser. Comprendí que la primera condición para seguir a Jesús era dejar mi enamorado y mi familia. Yo sentía que no podía hacerlo, me aferraba a pensar que ellos me necesitaban. Después de tres años de oración y discernimiento le respondí al Señor que “SÍ”.
Tuve dos experiencias que me ayudaron a confirmar mi vocación. La primera experiencia tuve con un niño cuando visitaba los colegios para animar el mes misionero en mi parroquia. Lo que hacíamos era orar por las misiones y recolectar dinero para ellas. Cuando terminé la motivación, un niño se paró y me dijo: “Yo no puedo dar dinero porque soy muy pobre; yo espero a mi mamá cada noche para saber si voy a comer; a veces mis compañeros y mi maestra me dan comida. Por eso no puedo ayudar.”
Entonces yo le dije: “pero tu puedes orar por las misiones” y el me contestó:“no se rezar… pero tú me vas enseñar”. Al escucharle, se me partió el corazón y cuando salí del salón de clases mis compañeros(as) del grupo me dijeron: “vamos Pilar no te vas a quebrar ahora, nos faltan tres salones de clases para terminar.”
La otra experiencia fue en Cambio Puente cuando apoyé a nuestras Hermanas con la catequesis para niños(as) y jóvenes. Me impresioné la sencillez de vida de las Hermanas y servicio a los pobres. Ellas me cambiaron la imagen de religiosa que yo tenía. Su acogida y su acompañamiento me ayudaron a descubrir que Dios me llamaba y que yo me resistía a escuchar su invitación.
Así empezó mi contacto con nuestra Congregación y mi camino de entrega que me llevó
a consagrar mi vida al Verbo Encarnado desde hace 23 años:

“Mi alma alaba la grandeza del Señor;...porque Dios ha puesto sus ojos en mí, su humilde servidora...” Lc 1: 46-48.

viernes, 11 de septiembre de 2015

Jean Chezard de Matel, nuestra madre espiritual



De modo muy especial en septiembre  recordamos con cariño a Jean Chezard de Matel; quien nació a la vida eterna un 11 de septiembre de 1670. 
Nacida en Roanne, Francia en 1596, fue una mística, escritora, directora espiritual y teóloga, en un tiempo en que las mujeres no eran reconocidas en estos roles. 
Si bien nuestra fundación fue en 1869, nuestros orígenes como Hermanas de la Caridad del Verbo Encarnado  y acompañamiento han sido guiados por la visión profética de nuestra muy querida madre Jean Chezard de Matel: ser esa presencia real y tangible del amor de Dios aquí y ahora.
Jeanne nos mueve a acoger al Verbo Encarnado como María lo hizo. Es decir hacer de nuestras vidas: pan de compasión, sencillez, generosidad, construir en justicia y paz para ser 'recipientes' del amor de Dios y saciar las hambres del mundo.


En su autobiografía y otros escritos, observamos su profunda e intima relación con el Verbo Encarnado: Jesús. Ella era una ‘enamorada' de Jesús, la pasión de su vida era amarle.
Conocer al Verbo Encarnado en el evangelio, la llevó a “extender el ministerio de la Encarnación”, propósito por el cual fundó la Orden del Verbo Encarnado y del Santísimo Sacramento  que es tanto contemplativa, como apostólica.
Pues su llamada fue contemplar al Verbo Encarnado y después, encarnar ese Verbo en el apostolado. Y así es nuestra Congregación: una respuesta a este llamado. Nosotras, contemplamos en la acción y la acción nos lleva a contemplar al Dios de la Vida. 
La vida de Jeanne fue una vida llena de luchas, de oposición, de períodos de oscuridad y de mucha esperanza. Pero fue de todo ello, lo que hizo de su vida tan humana y la mujer que llegó a ser.  Por ello, damos gracias y nos seguimos encomendado a su protección.

Por: Hna. Katty Huanuco, CCVI.

martes, 8 de septiembre de 2015

Sister Pauline Nugent, CCVI nos comparte su vocación

Es para mí es un privilegio vivir siendo una religiosa de la Congregación de las Hermanas de la Caridad del Verbo Encarnado (CCVI) de San Antonio, Texas.
Tenemos un compromiso de por vida que nos lleva a hacer realidad el amor del Verbo Encarnado en los sucesos ordinarios de la vida cotidiana. Sostenidas por una vida de oración contemplativa y con el apoyo de la Comunidad, aprendemos a crear un espacio seguro y sagrado en nuestra relación con otros para así poder afirmar la dignidad y las diferencias de las personas a quienes servimos.
Aprendí, por experiencia, la realidad del amor de Dios en el corazón de mi familia católica irlandesa, donde mi vocación religiosa se nutrió y recibió apoyo a través de la oración diaria y de la vida cristiana.
A los 15 años de edad lo dejé todo para seguir a Cristo como misionera, tomando una decisión que produjo un gran impacto en mi vida y de la que nunca me he arrepentido. Este llamado personal, acompañado de la experiencia dinámica y personal del amor bondadoso de Dios hacia todo su pueblo, me ha llenado de alegría interna y de paz incluso en medio de los retos y vicisitudes de la vida.   
Mi ministerio activo ha sido la enseñanza; una profesión que amo y valoro profundamente. Independientemente del nivel de instrucción o de la materia, considero que esta noble profesión es una posición desde la cual se ejerce el impacto de mayor alcance para hacer el bien en la vida de las personas. En mi juventud, empecé con los niños de primer grado; fue en realidad un gozo incomparable. Después enseñé latín, francés y alemán en Incarnate Word High School en San Antonio. Más tarde, enseñé seis niveles de francés a los estudiantes del Colegio del Verbo Encarnado en Galway, Irlanda. En otoño del 2014, celebré mi 23 aniversario como profesora de Lenguas Bíblicas, dando clases de latín, griego y hebreo en la Universidad Estatal de Missouri, en Springfield, MO. 
En un sentido muy real, mi vida providencialmente ha cerrado un ciclo y me ha permitido hacer realidad el sueño de ser misionera; la razón por la cual dejé mi casa, mi familia y mi país hace ya muchas décadas.
Cada día nos ofrece una vez más la oportunidad y el privilegio de interactuar a nivel personal con los jóvenes, afirmándolos, desafiándolos y apoyándolos… a medida que se despliegan sus sueños. 

Es mi esperanza sincera y mi ferviente oración que los padres de familia de nuestros tiempos nutran en su familia una experiencia profunda y personal del amor de Dios y en esa forma fomenten vocaciones religiosas en quienes serán testigos del amor fiel de Dios en el siglo XXI y más allá.