sábado, 11 de marzo de 2017

Tiempo de ayuno

Dicen que la cuaresma es tiempo de ayuno. Hasta hace unos años (ya más bien unas décadas) estaba muy bien definido qué tenía que ser ayuno y qué no… Pero hoy en día esto no está tan claro ¿Tiene algo que ver con comer carne o no comerla? ¿Con hacer unas cosas u otras?

Digamos sobre todo que se trata de un tiempo y unos gestos para recordar que no podemos tener todo; que el sueño de la omnipotencia es insensato; que el afán por controlar las cosas es ingenuo; que la sed de poseer es insaciable; y que vivir sin apreciar lo que tenemos es desagradecido e injusto en un mundo donde tantos seres humanos no tienen nada. Por eso merece la pena ayunar.

Hay quien piensa que ayunamos para sufrir. Así, sin más, como si fuéramos masoquistas. Como si tuviéramos que pasar incomodidad, malestar o dolor para tener a Dios contento. Eso no es así. Eso responde a una imagen un tanto alterada de Dios, un Dios duro.

“¿De qué les sirve ayunar, si siguen con sus peleas y riñas? Con esta clase de ayuno, nunca lograrán nada conmigo. Ustedes se humillan al hacer penitencia por pura fórmula: inclinan la cabeza como cañas en el viento, se visten de tela ásperay se cubren de cenizas. ¿A eso le llaman ayunar?¿Realmente creen que eso agrada al Señor? ¡No!
Esta es la clase de ayuno que quiero: pongan en libertad a quienes están encarcelados injustamente; alivien la carga de quienes trabajan para ustedes. Dejen en libertad a quienes viven en opresión y suelten las cadenas que atan a la gente. Compartan su comida con los hambrientos y den refugio a los que no tienen hogar; denles ropa a quienes la necesiten y no se escondan de la gente que precisen su ayuda.
Entonces su salvación llegará como el amanecer, y sus heridas sanarán con rapidez; su justicia los guiará hacia delante y atrás los protegerá la gloria del Señor.
Entonces cuando ustedes llamen, el Señor les responderá. ‘Sí, aquí estoy’, les contestará enseguida. Levanten el pesado yugo de la opresión; dejen de señalar con el dedo y de esparcir rumores maliciosos”. (Isaías 58, 4-8)

En realidad, ayunamos para crecer. Ayunamos para recordar que las cosas no son el fin, sino el medio. Ayunamos como una forma de mirar alrededor, y recordar que la realidad es mucho más amplia que nuestra propia situación. Ayunar no es ‘dejar de comer’. Es aceptar de manera consciente que mis deseos, mis necesidades, mis intereses, mis preocupaciones no son el centro del mundo.
Que si hoy en día sabemos que el Universo no gira alrededor de la tierra, mucho menos gira alrededor de mí.
"Desde ahí le pido a Dios que me enseñe el sentido de vivir con una lógica distinta al "quiero", "me apetece", "me gusta"
"Y pedirle que me enseñe cuál debe ser mi manera particular, distinta, única, propia, de ayunar. Asumir lo difícil que viene como parte de la vida, abrazar los propios compromisos, no huir”.  Eso es ayuno.

“Cuando ayunen, no pongan cara de tristeza como los hipócritas que ponen caras afligidas para que la gente vea que están ayunando. Les digo la verdad: ellos ya han recibido su recompensa. Pero tú cuando ayunes, arréglate bien y lávate la cara para que así no se den cuenta de que estás ayunando. Así sólo lo verá tu Padre, que está en lo secreto, y tu Padre que ve todo lo que se hace en secreto, te dará tu recompensa”. (Mt 6, 16-18)

Hay un sentido de intimidad, de gratuidad, de desinterés, de humildad en la búsqueda de Dios y en la búsqueda de crecimiento. Cuando hablamos de ayunar no se trata de alardear de nuestras búsquedas y retos.

No se trata de "torturar" a otras(os). No se trata de utilizar la virtud como un arma que marque distancias con los "pecadores". Se trata de aprender a mirar mi fragilidad llena de posibilidades, mi debilidad fuerte, mi pequeñez grande, en lo que vale. Como algo a un tiempo minúsculo y enorme. Hay un momento en el que la búsqueda de Dios pasa por el silencio, por el ocultamiento, por el trabajo más cotidiano e invisible, por aquello que nunca nadie va a saber.
En el fondo el Reino de Dios no se construirá bajo focos o pasarelas de fama, ni bajo premios o aplausos, sino en lo escondido. En la soledad de la oración de quien pregunta. En el anonimato de quien sirve. En la sencillez de quien renuncia a un "YO" enorme por un "Mundo" diverso.

Piensa, por un momento, en tus luchas profundas, íntimas, en tus anhelos, en tus deseos de vivir para y con Dios. Piensa en todas esas cosas que parece que nadie ve, que nadie siente contigo, que nadie compadece, que nadie valora… Dios sí las ve. Dios sí las valora. Dios sí las acompaña.



Original en ©Jesuitas. Provincia de Castilla. 


   


jueves, 2 de marzo de 2017

¿Quién nos convierte?

Al comenzar la cuaresma se nos invita a la conversión. Pero eso no es un empeño voluntarista, ni un cúmulo de propósitos que una(o) misma(o) tenga que lograr. Es Dios quien nos convierte, cuando le dejamos. Es Dios quien transforma nuestras vidas y le da hondura y plenitud. Es Dios quien nos hace madurar y crecer, asumir la vida con toda su complejidad. El Dios que, infatigable, está trabajando en cada una(o) de nosotras(os).

“Cuantos se dejan llevar del Espíritu de Dios son hijos de Dios. Y no han recibido un espíritu de esclavos, para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos que nos permite gritar: Abba, Padre” (Rm 8,14-15)

Has cambiado mucho en la vida. Desde que eras pequeña(o) hasta hoy. Has conocido gente, has compartido historias, has tenido aciertos y algún que otro descalabro. Y ahora eres consciente de que cuando te has dejado acunarte o sacudirte, cuando has dejado que su palabra llegue hasta tus entrañas, entonces tú has cambiado.
Pero a veces, somos lentas(os), y a menudo sordas(os) o perezosas(os) para Él. Nos atascamos en mil dinámicas que no nos dejan vivir a su manera. Nos vemos débiles, a veces necias(os)… Menos mal que Él no se cansa de modelarnos, nos sigue transformando con manos firmes. Él sabe a dónde nos quiere llevar.

¿Dónde te ves necesitada(o) de conversión?
¿Dónde sientes que Dios trabaja en ti?

Al tiempo que somos conscientes de que va tocando otras vidas, otras historias, otra gente, en ocasiones nos reconocemos en otros rostros, y nos sentimos cercanas(os) a otras vidas, porque sabemos que detrás de todas(os) estás Él, uniéndonos, trabajando en cada ser humano, sin rendirte con nadie, porque cree en todas(os).

Señor, tú trabajas en aquellos a quienes quiero, y también en aquellos que me hacen sufrir. En los cercanos y los lejanos, en las víctimas y los verdugos. Tú trabajas incansablemente, siembras en cada una(o) de nosotras(os) la semilla de tu amor. Ayúdame a mirar el mundo siendo consciente de que tú lates en El, y de que, imperceptiblemente, vas poniendo luz en cada vida.

¿Miro al mundo intuyendo que Dios está transformándolo?

¿Dónde hay destellos de Dios?



Original por: ©Jesuitas. Provincia de Castilla.