Por: Hna. Pilar Neira, CCVI

Allí descubrí que yo no comprendía la presencia de
Jesús Eucaristía y con mucha paciencia el Padre, me explicó. Al terminar la
Misa me llevó delante del Sagrario, lo abrió y me mostró el lugar donde se
guardaba la Comunión. Yo me sentí muy emocionada.
Al salir de la Capilla yo hice un compromiso con el
Señor: que yo sería catequista de niños(as) para enseñarles que Jesús está
presente y se queda con nosotras(os) en la Eucaristía.
Así conocí a las Hermanas de la Caridad del Verbo
Encarnado en la Parroquia “San Francisco de Asís”, Chimbote. Para entonces, ya
era catequista y pertenecía al Movimiento Juvenil donde nuestra asesora era la
Hna. Teresa Conroy,CCVI. La cercanía,la
atención y la alegría de Tere, siempre me cuestionaron y ella me invitó a una
jornada vocacional donde surgió la pregunta si yo deseaba ser misionera.
Cuando la Hna. Teresa me hizo la invitación yo tenía
enamorado; estudiaba en la Universidad la especialidad de Administración y
trabajaba para ayudar a mi familia después de la muerte repentina de mi papá.
Para mi era imposible pensar en ser una religiosa por el contexto en que vivía,
pero la invitación resonaba muy hondo en mi ser.
Comprendí que la primera condición para seguir a
Jesús era dejar mi enamorado y mi familia. Yo sentía
que no podía hacerlo, me aferraba a pensar que ellos
me necesitaban. Después de tres años de oración y discernimiento
le respondí al Señor que “SÍ”.
Tuve dos experiencias que me ayudaron a
confirmar mi vocación. La primera experiencia tuve con un niño cuando visitaba
los colegios para animar el mes misionero en mi parroquia. Lo que hacíamos era
orar por las misiones y recolectar dinero para ellas. Cuando terminé la
motivación, un niño se paró y me dijo: “Yo no puedo dar dinero porque soy muy
pobre; yo espero a mi mamá cada noche para saber si voy a comer; a veces mis
compañeros y mi maestra me dan comida. Por eso no puedo ayudar.”
Entonces yo le dije: “pero tu puedes orar por las misiones” y
el me contestó:“no se rezar… pero tú me vas enseñar”. Al
escucharle, se me partió el corazón y cuando salí del salón de clases
mis compañeros(as) del
grupo me dijeron: “vamos Pilar no te vas a quebrar ahora, nos faltan tres salones de
clases para terminar.”
La otra experiencia fue en Cambio Puente
cuando apoyé a nuestras Hermanas con la catequesis para niños(as) y jóvenes. Me
impresioné la sencillez de vida de las Hermanas y servicio a los pobres. Ellas
me cambiaron la imagen de religiosa que yo tenía. Su acogida y su
acompañamiento me ayudaron a descubrir que Dios me llamaba y que yo me resistía
a escuchar su invitación.
Así empezó mi contacto con nuestra
Congregación y mi camino de entrega que me llevó
a consagrar mi vida al Verbo Encarnado
desde hace 23 años:
“Mi alma
alaba la grandeza del Señor;...porque Dios ha puesto sus ojos en mí, su humilde
servidora...” Lc 1: 46-48.
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