"Toda una Vida como Educadora; una Religiosa hace del Apoyo
Pedagógico su Misión"
Son las 4 p.m. en un día de
entre semana en la Casa Visitación, y los 10 niños residentes están trabajando
con sus maestras. Es un lugar lleno de actividad, pero los niños
se ven tranquilos, con un nivel de comodidad que brota del tiempo que han
pasado juntos.
Algunos de los estudiantes
están leyendo en voz alta. Algunos están haciendo ejercicios de ortografía.
Algunos están resolviendo problemas de matemáticas. Los miembros de cada equipo
se sientan lado a lado, y S. Ann Geever, de 80 años de edad, está en su lugar habitual al lado de Andrés García, de 10 años de edad.
Los separan 70 años, pero en la
Casa Visitación, uno de los numerosos ministerios de las Hermanas de la Caridad
del Verbo Encarnado, la distancia entre ellos no es muy grande. Ella ha sido la
paciente figura maternal en la vida de este niño, y después de un año de
trabajar juntos, Andrés pidió que ella siguiera trabajando con él un año más.
Él vive con su madre y sus
cuatro hermanos en el programa de alojamiento temporal diseñado para ofrecer
estabilidad y oportunidades educativas para terminar con el ciclo de no tener
un hogar donde vivir.
Las madres deben trabajar para
aprobar el GED o General Educational Development Test («examen de desarrollo de
educación general) o asistir a la universidad mientras viven ahí, pero esta
organización sin fines de lucro realiza su misión ante todo con los niños como
Andrés. En sus 30 años de servicio, muchos de sus estudiantes han terminado sus
estudios universitarios.
La Casa Visitación se fundó en
1985 respondiendo a los cambios demográficos relacionados con las personas sin
hogar, pues las madres y sus hijos empezaron a acudir a los refugios. Era obvio
que San Antonio necesitaba espacios nuevos y más seguros para ellos.
Las Hermanas ya
habían asumido “la opción preferencial por los pobres y vulnerables”, como lo
afirmó S. Yolanda Tarango, cofundadora de Casa Visitación. No solo se trata
de una referencia bíblica, dijo, es una frase acuñada por la preferencia de la
teología de la liberación hacia los marginados, lo que actualmente es una
prioridad para los católicos.
S. Ann Geever es una de las 10
maestras, entre las que hay otras dos religiosas; ellas trabajan
con los niños todas las tardes de lunes a jueves.
Andrés, que cursa el cuarto
grado de primaria en una escuela del Distrito Escolar Independiente de San
Antonio, tiene dificultades en la lectura, explicó Geever. Así que están
trabajando, poco a poco, con un conjunto de oraciones con vocabulario sencillo,
con palabras en inglés que tienen pronunciación similar pero significados
diferentes; por ejemplo: “sum” y “some”;
“hall” y “haul”; “wrap” y “rap.”
La voz de Andrés es muy suave;
la única que lo escucha es su maestra.
“Correcto”, dijo Geever animándolo, con su acento irlandés. “Muy
bien”, dijo después de otra respuesta correcta. “Dos palabras”, le dijo
motivándolo, “Ya las conoces; las vimos hace poco”.
Este intercambio es lo que ha
ayudado a mejorar el desempeño de los niños en la Casa Visitación.
Geever es maestra y al mismo
tiempo defensora. Andrés es un niño inteligente, dijo ella, pero necesita que
se le examine para determinar si presenta problemas de aprendizaje.
Geever no está solo adivinando.
Durante más de 40 años, ella fue maestra de primaria en escuelas católicas en
San Antonio, Nueva Orleans, San Angelo, Lubbock y Kerrville. También participó
temporalmente en el sistema de acogida temporal en el Hogar Bienvenida que
dirigían las Hermanas de la Caridad de la Zona Oeste.
De hecho, esto era lo que más
le interesaba hacer cuando, a los 20 años de edad, cruzó el océano para unirse
a una congregación cuya casa madre se encontraba cerca de la Universidad del
Verbo Encarnado.
Ella nació en una ciudad
llamada Roscommon, cerca de la costa oeste de Irlanda. “Yo tenía 19 años,
estaba trabajando y había estado saliendo con un muchacho durante cierto tiempo
con la idea de llegar a casarnos”, dijo ella. Pero cuando él habló de
matrimonio, algo la hizo dudar.
Se le presentaron varias
opciones; podía ir a visitar a su hermano en Pittsburgh, como él se lo había
pedido. Podía ir a visitar a su hermana, que ya estaba en el convento de las
Hermanas, como ella se lo estaba pidiendo; o podía casarse.
(Posteriormente, Geever supo que su antiguo novio, luego de varios años había vendido su granja,
había salido de Irlanda y se había establecido en Inglaterra donde se casó y
tuvo ocho hijos. Él murió el año pasado.)
No hubo un gran suceso ni una
gran revelación que le ayudara a tomar su decisión definitiva. Pero cuando
visitó a su hermana, la Misión de Jesús la cautivó. “Fue entonces cuando tomé la decisión”, dice Sister Geever. Era 1954. Dos años
después, se embarcó rumbo a Nueva York.
El tren en que viajó a San
Antonio llegó a su destino después de un periodo de sequía. A su llegada, las
gotas de lluvia estaban a punto de caer. “Golpeaban la tierra y se
transformaban en vapor’”.
De hecho, San Antonio, como
ella dijo, resultó ser un buen lugar para ella. Vivió en la Casa Madre y
terminó su licenciatura en lo que entonces era el Colegio del Verbo Encarnado,
en 1966.
Solo hay un recuerdo que la
hace llorar: la muerte de su padre en la Navidad de 1976.
Su primera misión fue en la
Escuela Católica de Nuestra Señora de Guadalupe en la Zona Oeste y fue uno de
sus trabajos favoritos. Ella fue maestra de tercer grado en esta escuela que
hace ya mucho tiempo que se cerró. “Los niños más adorables y cariñosos” le
causaron una profunda impresión, al igual que el cariño que le tenían a su
escuela, “Regresaban felices después de Navidad”, dijo ella. “Eran los niños
más felices. Yo los quise mucho”.
La gratitud de sus padres causó
un gran impacto en ella, al igual que la pobreza de la Zona Oeste. “Las calles no
estaban pavimentadas, aunque estábamos en Estados Unidos, que es un país tan
rico”.
Ahora la Hermana Geever vive en la Villa
del Verbo Encarnado, una comunidad de retiro, y le encanta trabajar con Andrés;
ella le dice “mi amigo”.
Él está sacando buenas
calificaciones, pero ella se preocupa por su progreso y por su constante
frustración debido a la lectura. Ella quisiera que la escuela dejara de
concentrarse en otro tipo de trabajo escolar por el momento y se concentrara
exclusivamente en la lectura. Ella insiste en que Andrés debería someterse a
pruebas, y ha descrito la lentitud de la escuela para responder como algo
“ofensivo”.
Mientras Andrés leía oraciones
en voz alta, dijo algo en voz baja: “Soy estúpido”, dice Geever, pero luego él
le sonrió y le dijo: “ya no voy a decir eso”.
Esa es otra lección que él aprendió en estas lecciones con ella.
Un poco después de las 5 p.m.,
Andrés terminó de hacer su tarea. Se despiden, y la Hermana Tarango se encarga
de que llegue a casa a salvo.
Regresa para decirle a la Hermana Geever
que la mamá de Andrés le dijo que la escuela está haciendo los arreglos
necesarios para que Andrés haga las pruebas.
La hermana Geever se tranquiliza, pero
dará seguimiento a esa promesa, ya que, como ella ha dicho una y otra vez, esa
tardanza es “ofensiva”.