
Digamos
sobre todo que se trata de un tiempo y unos gestos para recordar que no podemos
tener todo; que el sueño de la omnipotencia es insensato; que el afán por
controlar las cosas es ingenuo; que la sed de poseer es insaciable; y que vivir
sin apreciar lo que tenemos es desagradecido e injusto en un mundo donde tantos
seres humanos no tienen nada. Por eso merece la pena ayunar.
Hay quien
piensa que ayunamos para sufrir. Así, sin más, como si fuéramos masoquistas.
Como si tuviéramos que pasar incomodidad, malestar o dolor para tener a Dios
contento. Eso no es así. Eso responde a una imagen un tanto alterada de Dios,
un Dios duro.
“¿De qué les sirve ayunar, si siguen con sus
peleas y riñas? Con esta clase de ayuno, nunca lograrán nada conmigo. Ustedes
se humillan al hacer penitencia por pura fórmula: inclinan la cabeza como cañas
en el viento, se visten de tela ásperay se cubren de cenizas. ¿A eso le llaman
ayunar?¿Realmente creen que eso agrada al Señor? ¡No!
Esta es la clase de ayuno que quiero: pongan
en libertad a quienes están encarcelados injustamente; alivien la carga de quienes
trabajan para ustedes. Dejen en libertad a quienes viven en opresión y suelten
las cadenas que atan a la gente. Compartan su comida con los hambrientos y den
refugio a los que no tienen hogar; denles ropa a quienes la necesiten y no se
escondan de la gente que precisen su ayuda.
Entonces su salvación llegará como el
amanecer, y sus heridas sanarán con rapidez; su justicia los guiará hacia
delante y atrás los protegerá la gloria del Señor.
Entonces cuando ustedes llamen, el Señor les
responderá. ‘Sí, aquí estoy’, les contestará enseguida. Levanten el pesado yugo
de la opresión; dejen de señalar con el dedo y de esparcir rumores maliciosos”. (Isaías 58, 4-8)
En realidad,
ayunamos para crecer. Ayunamos para recordar que las cosas no son el fin, sino
el medio. Ayunamos como una forma de mirar alrededor, y recordar que la
realidad es mucho más amplia que nuestra propia situación. Ayunar no es ‘dejar
de comer’. Es aceptar de manera consciente que mis deseos, mis necesidades, mis
intereses, mis preocupaciones no son el centro del mundo.
Que si hoy
en día sabemos que el Universo no gira alrededor de la tierra, mucho menos gira
alrededor de mí.
"Desde
ahí le pido a Dios que me enseñe el sentido de vivir con una lógica distinta al
"quiero", "me apetece", "me gusta"
"Y
pedirle que me enseñe cuál debe ser mi manera particular, distinta, única,
propia, de ayunar. Asumir lo difícil que viene como parte de la vida,
abrazar los propios compromisos, no huir”.
Eso es ayuno.
“Cuando ayunen, no pongan cara de tristeza
como los hipócritas que ponen caras afligidas para que la gente vea que están
ayunando. Les digo la verdad: ellos ya han recibido su recompensa. Pero tú
cuando ayunes, arréglate bien y lávate la cara para que así no se den
cuenta de que estás ayunando. Así sólo lo verá tu Padre, que está en lo
secreto, y tu Padre que ve todo lo que se hace en secreto, te dará tu
recompensa”. (Mt 6, 16-18)
Hay un
sentido de intimidad, de gratuidad, de desinterés, de humildad en la búsqueda
de Dios y en la búsqueda de crecimiento. Cuando hablamos de ayunar no se trata
de alardear de nuestras búsquedas y retos.
No se trata
de "torturar" a otras(os). No se trata de utilizar la virtud como un
arma que marque distancias con los "pecadores". Se trata de aprender
a mirar mi fragilidad llena de posibilidades, mi debilidad fuerte, mi pequeñez
grande, en lo que vale. Como algo a un tiempo minúsculo y enorme. Hay un
momento en el que la búsqueda de Dios pasa por el silencio, por el
ocultamiento, por el trabajo más cotidiano e invisible, por aquello que nunca
nadie va a saber.
En el fondo
el Reino de Dios no se construirá bajo focos o pasarelas de fama, ni bajo
premios o aplausos, sino en lo escondido. En la soledad de la oración de quien
pregunta. En el anonimato de quien sirve. En la sencillez de quien renuncia a
un "YO" enorme por un "Mundo" diverso.
Piensa, por
un momento, en tus luchas profundas, íntimas, en tus anhelos, en tus deseos de
vivir para y con Dios. Piensa en todas esas cosas que parece que nadie ve, que
nadie siente contigo, que nadie compadece, que nadie valora… Dios sí las ve.
Dios sí las valora. Dios sí las acompaña.
Original en ©Jesuitas. Provincia de Castilla.